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Inolvidables

Tigre de patio

Tigre de patio

Por Guillermo

No habrá ninguno como él en nuestra vida, perfecta síntesis de minino ronronero y felino salvaje e indomable.
Rescatado de los descampados que rodean Ciudad Universitaria, nunca tuvo dueño y solo respetó a su madre adoptiva, una Siamesa regalona a la que duplicaba en tamaño y ¡¡triplicaba en peso!!, y a la que soportaba estoicamente cuando dormía encima suyo. No al lado, ¡encima!
Finger Print era su nombre, Printio y El Lechón sus apodos y era insobornable… o casi… la comida y sobre todo las aceitunas, lograban que arriara sus banderas y aprendiera a sentarse como un perro antes de comer (¡su deporte favorito!) pero solo por un rato, juntando fuerzas para volver a las andadas.
Las hizo todas: bajar del 8º al 7º piso (¡por el balcón!) e instalarse en la cuna del bebé del vecino, quien asustado por los gruñidos vino a pedir que lo sacáramos; escaparse para explorar la escalera y los palieres del edificio; pasar del otro lado de la red de protección del balcón (¿cómo habrá hecho?) y caminar por la baranda de un piso 11 para pedir auxilio porque no sabía como volver a entrar; “esconderse” entre los peluches de nuestros hijos… observando como lo buscábamos; saltar del balcón a la ventana de la cocina para meterse por el ventiluz (proeza nada desdeñable cuando se está en un 5to. piso y se ostenta un incipiente sobrepeso) Pero quizás su mejor actuación fue cuando descubrimos en un cumpleaños que le tenía miedo a los globos porque explotan; entonces decidimos colocar uno en cada mesa de luz para evitar que los fines de semana viniera a despertarnos a las 6 a.m. en busca de comida. Aterrado y desesperado por no poder ejecutar su rutina se paró en dos patas contra la puerta abierta del cuarto y mientras nos miraba de reojo, comenzó a rascarla y a aullar para despertarnos! Así era él, su inteligencia estaba absolutamente aplicada a salirse con la suya (léase conseguir comida)
Incondicional mío, creo que me consideraba un par, en un mundo dónde todos los demás estaban por debajo, excepto, claro está, su mamá Siamesa.
Dormíamos juntos y era, debo decirlo, una tanto abusivo con el espacio, por lo que más de una vez recibió un empujón.
Todavía extraño cuando todas las mañanas pedía permiso para entrar al baño a tomar agua del lavatorio y hacerme compañía.

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