OJOS VERDES
El cuento de Franco, de 13 años.
Me observaba. Lo sentía. Creo que fue eso lo que me hizo despertar, aún siendo las 2 de la mañana. Esa sensación de estar siendo espiado me vuelve loco, y más a altas horas de la noche. Desde mi cama inspeccioné cada rincón, cada recoveco de la habitación, pero no encontré nada que poseyera ojos como para mirarme. La sensación cada vez se volvía más intensa, ya no lo soporté. Me levanté de mi cama. Decidí buscar al responsable de mi enojo. Sin embargo, seguía sin encontrar ningún espía nocturno. No había nadie debajo de la cama, nada en el armario; nada detrás de la puerta, nada en el techo espiando. La vaga noción de no estar solo, el sentir esa presencia, definitivamente no me iba a dejar dormir. Abrí la ventana, pero las calles, bañadas por la luz de la luna, estaban desiertas. Sólo yo estaba despierto en esa cuadra. O al menos eso creía. Empecé a escuchar los sonidos. Los silenciosos sonidos de un alguien, un alguien que camina sigilosamente. Esos sonidos que provocaba el delicado movimiento de la criatura danzante que habita la noche. Se desplazaban a lo largo de mi cuarto. Los sentía cada vez más cerca. Ese roce, tan bajito, apenas audible, me resultaba ensordecedor. Y era tan suave, tan delicado, era un movimiento meticuloso que no dejaba de asombrarme. Lo único que faltaba era saber en dónde se hallaba. Decidí acostarme. Sabía que no me iba a dormir. La presencia era insoportable. Busqué pistas en dónde no las había, y sin embargo la respuesta la encontré en el lugar más obvio. Miré hacia el piso y vi, en el reflejo de la luz que entraba por la ventana, la figura del observador noctámbulo. Levanté la vista lentamente, y los vi. Esos ojos verdes que me estuvieron observando detenidamente desde que me desperté. Esa mirada que escudriñaba todo mi ser, una de esas con las que uno siente que te miran por adentro. Esos ojos, infinitos, con miles de mundos y miles de soles, todos amontonados en su interior. Esos ojos, que cuando uno los mira se le eriza la piel, y te corre un escalofrío por la médula. Esos ojos que lo miran todo, detallistas y atentos.
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