Hacía poco tiempo había regresado a vivir a la ciudad donde me crié, San Isidro, en la Zona Norte del Gran Buenos Aires. Era miércoles y volvía de la casa de Marián, mamá de dos de mis sobrinos del corazón, Lautaro y Ámbar. Estaba lindo el día para caminar y algo me llevó a tomar un camino diferente al habitual.
De pronto lo vi, inmóvil cual estatua, mientras la gente pasaba a su lado como si allí no estuviera. Me acerqué más y pude notar que se trataba de un perro bastante mayor, con cuerpo de Basset hound y cabecita de beagle, una cruza que arrojaba un enano de patitas chuecas y orejas caídas. Le faltaba el pelo en varias zonas, su piel despedía un olor muy pero muy fuerte y sus ojos estaban cubiertos por un velo blanquecino.
Pasé minutos eternos allí parada frente a él sin saber muy bien qué hacer, el mismo estado de incertidumbre que siempre experimento ante estos mágicos encuentros. Cuando logré accionar, pasé mi cinturón alrededor de su cuello, a modo de correa, e intenté hacerlo caminar, pero fue en vano.
___________
¿Querés seguir leyendo la nota?
Hacé click aquí y disfrutá de Urban Pets Mag #4
María Victoria Gaiardelli
gaiardelli@hotmail.com
Fotografía
Laura Carrillo