El perro guau, el gato miau, el chancho oink. ¿Y la ballena? ¿Y el colibrí? ¿Y el puerco espín? Aunque no los conozcamos, cada uno tiene su sonido y su lenguaje. Cada uno se hace notar a su manera. Algunos meten miedo, otros embelesan. Si vas desprevenido y pasás delante de la casa de mi vecino, su perrazo te hace saltar por el aire con su ladrido monumental y si metés la mano en la cartera de mi tía, su caniche lanza un ladridito agudo, finito y ensordecer que te deja turulato por el resto del día.
¿Alguna vez oíste a las sirenas, a los dragones y a los unicornios? Están en los cuentos, en las leyendas, en los mitos. Dicen que las sirenas cantan tan hermoso, que cuando una embarcación pasa por donde ellas están, sus marineros se tiran al agua enloquecidos por unas voces tan bellas.
Algunos sonidos de animales son absolutamente desconocidos para los que vivimos rodeados de autos y colectivos pero en el medio del monte, en la montaña y en las profundidades del mar, los animales saben oler, ver y escuchar quién se acerca y qué anda buscando. Y así, sin documento ni pasaporte ni carnet del club, se reconocen, se separan, se juntan. ¡Qué lío si algún día el gato relinchara, la oveja ladrara y el perro hiciera cuac, cuac! ¿No te parece?