Luna es una perrita de una raza única en su especie que no aparece en ningún libro de perros, llegó a casa por necesidad, ella había sido parte de una familia que la trataba mal, no la aceptaba y la abandonó. Después de meses esforzándome para que Luna confiara en mí, me resigné. Acepté que ella con las personas la había pasado tan mal que no iba a confiar más y que era mi responsabilidad darle lo mejor posible sin esperar nada a cambio, ni lengüetazos, ni mordiditas en los pies, ni que se ponga contenta al llegar a casa.
Casi al año de estar juntos con Luna, decidí que había llegado el momento de dejar Brasil y emprender el regreso a casa, a estar con mi familia, y disfrutar de mis amigos. A diferencia de todos los otros viajes de mi vida, esta vez ya no decidía solo por mí. Averigüé el precio del pasaje aéreo y la única aerolínea que permitía que viaje con Luna era carísima, el ómnibus internacional no lleva perros. La opción elegida, apareció con un amigo que había ido de Argentina a Brasil en bicicleta y llevaba un trailer. “-Facu si querés llevar a Luna en bici, yo te regalo el trailer” me dijo.
Empecé a acondicionar la bicicleta, armar las alforjas, revisión de carpa, equipos, ropa para Luna, bebedero.
Hace 4 meses que estamos viajando, dormimos en carpa, uno al lado del otro, anduvimos por la playa, por la sierra y por la pampa.
Hoy en día Luna es, gracias al amor de las personas que conocimos, muchísimo más sociable, juega, me despierta todos los días contenta. Es mi compañera, a donde voy Luna va al lado, donde ella no entra, tampoco entro yo. Nos divertimos. Llegamos a Buenos Aires, pero el viaje no terminó. Nos gusta, nos hace bien.
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