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      La primera consulta insólita

      La primera consulta insólita

Todo empezó como una consulta común.  Yo todavía conservaba una gran dosis de ingenuidad. Llegaron una nena y su mamá, con un adorable pomponcito gris y blanco: un cachorrito de siberiano de un mes de vida,  que todavía no tenía nombre.   Venían buscando un asesoramiento integral, ya que nunca habían tenido un perro: yo apreciaba a esos dueños que se informaban antes de meter la pata.  Durante la conversación me enteré que el cachorro había sido regalado a la chiquita por el padre, recién separado de la mamá.  La señora no estaba muy convencida de  aceptarlo.  Argumentaba que todo el trabajo y responsabilidad recaería sobre ella. Y con razón, una nena de cinco años no está en condiciones de hacerse cargo de un cachorro.  Pero como amante de los animales, le expliqué a esa mamá, moderna, bien vestida  y psicóloga,  que la experiencia de crecer junto a un perro, sería imborrable para la nena.    Avanzando en mis consejos sobre los cuidados del perrito, me preguntó si iba a crecer más.

Eso debió haberme alertado, pero lo pasé por alto.  — Por supuesto  — le respondí— ¡este es un bebé! Crecerá hasta tener el tamaño propio de un siberiano adulto. Los habrás visto por la calle… Imposible que no hubiera visto a un Siberian Husky caminando por  Buenos Aires en aquellos días;  la raza estaba  muy de moda  gracias a sus increíbles ojos celestes.      —No. No los conozco, no les presto atención. Yo ni miro a los perros.

    Empecé a entender que de verdad,  no le gustaban los animales. Pero como la mayoría  sucumbe a los encantos de un cachorro, hubiera apostado que esa joven mamá, no querría apenar más a su nena y pasaría por alto las molestias de los primeros tiempos.   Siguiendo con las recomendaciones acerca de la desparasitaciones, mencioné la palabra intestino…   — ¿Cómo? ¿tienen intestino los perros? —me interrogó, asombrada.    Yo creí que era un chiste.  Levanté la vista desde el cachorro a la madre de mirada horrorizada, a la nena y otra vez al perrito. Mi mirada debió ser lo suficientemente elocuente, porque siguió explicando. — No sé. Yo veo perros blancos o marrones. Chicos o grandes.  Pelo largo o pelo corto, pero ¿por adentro?… ¡nunca pensé de qué están rellenos los perros!

     La profesión veterinaria nos acostumbra a tratar con todo tipo de gente,  uno puede esperar cualquier cosa.  Pero no de una psicóloga de treinta y pico de años que se las daba de culta. Reconozco que perdí los estribos.   — ¡¿Cómo rellenos?! ¡¿Cómo rellenos?!—repetí  en voz cada vez más alta— ¿Que creías, que había de humita o de  jamón y queso? ¡Que son empanadas! ¡Son seres vivos, igual que vos! Tienen hígado, pulmones, corazón, todo…lo mismo que vos… ¡Sólo que más cerebro!

Susana cavallero

Divulgadora científica

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