Amor a primera vista…
Hay quienes creen en él y quienes no tanto, sin embargo yo tuve la oportunidad de presenciar un flechazo de esos de Cupido. Transcurría el invierno de 2013 y entre todas mis actividades por entonces tenía una Hostería Canina en mi casa de Del Viso. Muy poquitos perros por vez y nada de caniles, un servicio bien bien personalizado. La premisa era que los huéspedes se sintieran en casa como si estuvieran en la suya y extrañaran a sus familias lo menos posible. Sushi, un Lhasa Apso simpático y retacón era, y aún hoy lo sigue siendo, uno de mis huéspedes más especiales. Solía venir muy seguido, ya que sus papis humanos, Alexandra y Gilberto, brasileños ambos, viajaban a menudo a su país a visitar a sus familias. Un buen día Ale, que sabía de mi pasión por los animales y de mis intentos por ayudar a todo aquel que lo necesitara, me acerca la inquietud de adoptar una perrita para que fuera compañera de Sushi, porque les parecía que se sentía bastante solo cuando ellos estaban en el trabajo. No era requisito que fuera cachorra, muy por el contrario, la idea era que coincidiera en etapa de vida con el primogénito canino de la familia, que por entonces tenía unos 7 años. Sí preferían que estuviera esterilizada y que no superara mucho en tamaño al macho, también por una cuestión de espacios. Sin dudarlo, les dije que hablaría con mi prima Andrea, quien seguramente tendría en su plantel de “perritos en adopción” a un par de candidatas ideales para la familia. En pocos días más, la cita ya tenía fecha y el lugar del encuentro sería mi casa. Llegó el momento y me dirigí a casa de Andrea a buscar a tres perritas que podían llegar a encajar en los parámetros de búsqueda. La despedida fue muy conmovedora, ya que sabía que a una de ellas, quien resultara elegida, probablemente no volvería a verla. Con lágrimas en los ojos, pero con la convicción de que era una posibilidad para que un nuevo círculo de rescate se cerrara ese día, las saludó con un tierno e interminable beso. El momento tan esperado estaba por concretarse, Ale, Gilberto y Sushi tocaron el timbre, estaban ansiosos y deseosos por conocer a quién se uniría al grupo familiar. El panorama era el siguiente: una de las candidatas nunca salió de abajo de mi auto y otra cuando se le acercaban, se mostraba algo arisca y no parecía contenta con la idea de tener un nuevo “hogar, dulce hogar”. Pero allí estaba ella, la que quizás menos encajaba en los parámetros estipulados, ya que por empezar doblaba a Sushi en altura y se molestaba bastante antes sus continuos intentos por inspeccionarla. Sin embargo, Cupido se hizo presente, tomó una de sus flechas y afiló su puntería. Rebecca, como se llamaba por entonces, se pegó a la pierna de Gilberto, levantó su cabecita recibiendo los mimos que él le ofrecía y nunca dejó de mirarlo, con ese tipo de mirada canina que dice más que mil palabras humanas. Era una mestiza de Border Collie, adulta y con un pasado para el olvido. Solía vivir en una casa en José C. Paz, donde siempre la dejaban en la calle, incluso muchas veces cerraban el portón y ni agua ni comida tenía la pobre. Un buen día esta gente se mudó, dejándola a su suerte. Los días pasaban y ella seguía sentadita frente a la casa que registraba como propia, aunque distara bastante de ser su hogar. Así fue como una tarde, Martín, el marido de Andrea, que trabajaba en la cuadra por donde merodeaba la perrita, la llevó a su casa para engrosar la manada que rondaba ya los 50 animales. Desde ese mismo momento un nuevo futuro comenzaba a gestarse para ella. Pasó allí algo más de 1 año, hasta que llegaría la hora de las recompensas a tanto sufrimiento y abandono. Con su nueva vida también recibió nombre nuevo, a la familia le agradaba Rebecca pero les recomendaron rebautizarla, para que nada de su pasado se hiciera presente nunca más y comenzara así a asociar el llamado de su nombre con actos amables y amorosos. Eligieron para ella el nombre Milly. Desde un principio se adaptó sin problemas, sólo le costó un poquito con Sushi, el mimado de la casa, quien tuvo que aprender a compartir espacios y caricias. Hoy son amigos inseparables de juegos y de “custodia”, la nueva tarea que desempeñan ambos desde el nacimiento de su hermanita humana María Clara, a quien cuidan a sol y a sombra, turnándose día y noche.
En resumen, Milly hoy por hoy es una perrita plenamente feliz, cariñosa a más no poder, educadísima y, por sobre todas las cosas, agradecida. Muchas personas creen que adoptar un perro adulto es “comprarse” un problema, por eso de que ya vienen con sus “mañas” y muchos prejuicios más. Sin embargo, historias como la de Milly nos enseñan una y otra vez, que lo único importante es darse y darles una nueva oportunidad.
Textual de Alexandra:
Autora del libro Ángeles con patas
Grijalbo (2012)