Lo bueno de opinar libremente es que pueden existir diferentes ideas de un mismo tema y nutrirnos de la dialéctica que no comparte la subjetividad propia, es una manera de enriquecer un contenido.
Sin embargo, ¿qué hacemos cuando nos topamos con estas expresiones que intentan asociar aprendizaje con agresión?: “con dos bifes aprende rapidísimo” o “es mejor un chirlo a tiempo que dolores de cabeza en el futuro” o ” me levanto de la silla y tenés que ver cómo hace caso rapidito”.
Son frases populares que representan violencia; las escucho a menudo cuando hablo con propietarios. Es triste, pero nacen de una tradición cultural en donde estos términos han sido utilizados como doctrina aplicable a la educación de los hijos.
Construir desde el disenso es respetar al otro, es sumarle al conocimiento diferentes aristas y visiones, la permeabilidad nos mantiene activos e inmersos en el mundo, estar ajenos a lo que pasa fuera de nuestro ámbito es el inicio del miedo a lo desconocido y el que tiene miedo, no puede pensar.
Entonces hay que entender que muchas veces la violencia “es nativa” en los sujetos, es decir, que se ha formado junto al sujeto y donde ha sido parte del fondo que lo constituye.
Esto es importante entenderlo porque muchas veces depositamos nuestra angustia y frustración sobre la consecuencia (el agredido) y nuestra ira sobre la causa (el agresor) sin ponernos a pensar que, algunas veces, se cree hacer lo correcto porque el sujeto ha experimentado la agresión en la piel como norma de crecimiento.
Es por eso que me permito opinar, sin ánimo de polemizar, pero sí con la intención de rever ciertos rótulos que se depositan en la opinión pública y que terminan por ser aceptados más por un ejercicio cotidiano que por elaboración del pensamiento propio.
Por lo tanto, sí creo y estoy de acuerdo, que hay ámbitos que favorecen al desarrollo de sujetos que no logran adaptarse socialmente. De esta forma, tendríamos que aceptar que, ante un hecho lamentable como el ataque de un perro, hay un responsable llamado “humano”, que tiene que hacerse cargo y al que la sociedad tiene que mirar y mirarse.
Es la violencia sistémica la que deforma al vínculo, lo pulveriza: deja a un perro con la mirada “vacía”, un triste rasgo en donde su motivación ha sido diezmada y nada lo quita de su letargo.
El sujeto criado por el lenguaje de la violencia es un sujeto que padece un dolor perpetuo en el rostro. Incluso en algunos casos podemos tener una pseudo aceptación traducida en una sumisión marcada en donde el perro sufre de un estrés agudo hoy, interpretado por algunos como un rasgo conductual positivo. ¿Cuántas veces escuchamos, “buscamos la sumisión del animal”, como ánimo de conquista…?
Hablamos de un líder tiránico, una cabeza de grupo que enseña bajo el manto del rigor y que en algunos casos, y ante un rasgo de flaqueza (enfermedad, debilidad) el sujeto reprimido ve la oportunidad para ocupar su lugar con las mismas armas que ha experimentado en su triste vida… ¿Les parece acaso una sana y equilibrada convivencia?.
Bajo estas normas no considero que haya razas potencialmente peligrosas, porque estamos hablando de sujetos cuya constitución comportamental deviene de una multiplicidad de factores (genético, innato, adquirido) y fundamentalmente de sus experiencias de vida; ¿o acaso en nacimientos múltiples los hermanos terminan siendo todos iguales?
Cualquiera de estos desenlaces da cuenta que, informar e informarse, instruir e instruirse es el camino de las relaciones constructivas. *Pichón Rivière, el padre de la Psicología Social nos dice: “…El sujeto está activamente adaptado en la medida que mantiene un interjuego dialéctico con el medio y no una relación rígida, pasiva, estereotipada.”
Qué pasa si empezamos a sincerarnos y nos preguntamos:
¿Todas las personas estamos capacitadas para tener un animal? Sumada esta cuestión a quienes vivimos en zonas urbanas, con un ritmo de vida que roza la locura, la estrechez de habitar lado a lado y la falta de tiempo dedicado que conspira al entendimiento entre iguales; ¿qué podemos esperar en el trato hacia un distinto?
La lógica institucional muchas veces acciona de la siguiente manera: Un perro que ha mordido es declarado peligroso, puede llegar a estar aislado de su hábitat y tiene altas probabilidades de terminar sacrificado. El sádico ejemplo de atacar la agresión con más violencia: La violencia aísla, escinde, despersonaliza, cierra canales de comunicación; es el componente vital del miedo como protagonista absoluto.
También me animo a pensar que, aunque nosotros los humanos somos una especie declarada peligrosa ya que no paramos de eliminar ecosistemas y recursos, hay incluso antecedentes de apercibimientos económicos a propietarios que han maltrato a su animal so pretexto de infundir aprendizaje, pero el mismo sujeto violento tiene la libertad de volver a tener otro animal sin peso de sus antecedentes.
Javier Boracchia
Soy Psicólogo Social y Educador Canino, me dedico a la investigación y al tratamiento del vínculo entre el perro social y su entorno de convivencia en un proyecto de mi autoría llamado “El perro urbano”. Considero al perro como un sujeto social de vínculos estables y duraderos que comparte un ámbito de comunicación constante con el hombre, adaptando sus capacidades en un juego de participación funcional en donde influye y es influenciado en forma dinámica. Desde mis comienzos cubro el área de trabajos domiciliarios con un equipo de colaboradores formados en mis cursos, actualmente acabo de terminar mi primer libro.